Época: ibérico
Inicio: Año 1 A. C.
Fin: Año 1 D.C.

Antecedente:
Metalistería y orfebrería

(C) Lorenzo Abad y Manuel Bendala



Comentario

La arqueología prerromana está llena de obras maestras en el campo de la orfebrería; piezas tan magníficas como las joyas fenicias de Cádiz, los tesoros de la Aliseda y el Carambolo, o los torques celtibéricos, por indicar sólo algunas de las piezas más importantes, son vivos testimonios de la riqueza y de la destreza alcanzadas. El mundo ibérico quizá sea el que menos interés ha despertado en este aspecto, puesto que sus joyas han permanecido eclipsadas por las fenicias, tartésicas y celtibéricas, por una parte, y por otras manifestaciones artísticas de su propia cultura (escultura, sobre todo). Sólo recientemente, la lectura de la tesis doctoral de María Luisa de la Bandera sobre este tema ha comenzado a llenar este vacío.
Y sin embargo, el material con que se cuenta es abundante, puesto que no se trata sólo del recuperado en las excavaciones o en los hallazgos casuales, sino también de los adornos representados con una minuciosidad extraordinaria en su propia escultura, que se recrea en la detallada reproducción de collares, pendientes, fíbulas, vasos, etc. No existe la certeza de que todos estos objetos sean de materiales nobles, pero parece bastante probable que un amplio grupo sí lo sea, si juzgamos a partir de los objetos conservados y de la categoría de las propias esculturas.

La fabricación de joyas exige por una parte la existencia de las materias primas necesarias y por otra la del conocimiento tecnológico que permita la transformación de esas materias primas. En la Península Ibérica, el primer aspecto no ofrecía problemas, al existir pepitas de oro en las cuencas de varios ríos y ricas minas de metales preciosos, especialmente de galena argentífera, en diversos lugares de la Península, sobre todo en Riotinto, pero también en la Alta Andalucía y el Sudeste. En lo que se refiere a la tecnología necesaria, los procesos de fabricación más simples se conocían ya desde antiguo; las pepitas fluviales, convenientemente batidas, constituían la materia prima para la mayor parte de los adornos de oro, que aparecen ya en la cultura del vaso campaniforme, en el tercer milenio a. C., y que se complicarán a finales del segundo milenio con la aparición de las companitas características del Bronce Tardío. La plata, por el contrario, no se encuentra en estado nativo y precisa de su transformación, lo que, aunque de manera incipiente, debió realizarse ya desde muy antiguo, puesto que adornos simples aparecen asociados al campaniforme, y se complican considerablemente a lo largo de la cultura de El Argar y del Bronce Pleno, en el segundo milenio a. C. Parece evidente que para ello se precisaría la existencia de hornos e industrias de transformación, que debieron desarrollarse en el marco de las actividades metalúrgicas de la llamada Edad del Bronce.

En el período inmediatamente posterior, a lo largo del Bronce Final y, sobre todo, el período orientalizante, se incorporan varias técnicas nuevas, tanto de producción como de decoración. Algunas, como el batido, el forjado y la soldadura, entre las primeras, y el repujado, la filigrana, el granulado y el nielado entre las segundas, se mantienen en uso durante la época ibérica.

El batido es, tal vez, la técnica de fabricación más usada, por ser también la más simple. Se emplea sobre todo para trabajar el oro, ya que las pepitas nativas, mediante sucesivos procesos de martillado y recalentamiento, pueden adquirir formas de láminas muy delgadas y maleables sobre las que luego aplicar múltiples técnicas decorativas. A medida que pasa el tiempo, si bien continúa utilizándose la técnica del batido, se imponen paulatinamente las de fundido y forjado, no exclusivas de la orfebrería, sino propias de cualquier actividad metalúrgica, que, al combinarse con la de la soldadura, pueden dar lugar a objetos de múltiples formas y probada resistencia.

En cuanto a las técnicas decorativas, el repujado y el grabado son quizá las más simples y, por consiguiente, las más extendidas entre las decoraciones, puesto que esta simplicidad no se encuentra reñida con un alto valor decorativo. El repujado consiste en decorar a base de relieves una delgada lámina de metal mediante el procedimiento de golpearla por el anverso (embutido) o por el reverso (repujado) sobre una cama no rígida; es un procedimiento empleado sobre todo en el período orientalizante, aunque también se continúa a lo largo de la época ibérica. El grabado es un procedimiento aún más simple, puesto que se limita al trazado de dibujos y motivos decorativos varios mediante la incisión con un instrumento apuntado sobre la superficie del metal, bien sea a base de troquel, bien sea de forma manual; su empleo, consustancial a la orfebrería antigua, adquiere especial importancia a lo largo de la época ibérica plena.

La filigrana es un proceso bastante más complejo, y consiste en aplicar una serie de hilos de metal sobre una superficie básica, o uniéndolos entre sí, para componer figuras y motivos decorativos diversos. Es una técnica que aparece durante el período orientalizante, aunque alcanzará una mayor difusión durante el período ibérico antiguo, desapareciendo a finales del siglo V a. C.

El granulado es asimismo de origen oriental, y constituye el método de decoración más extendido durante el período orientalizante, y también el de mayor efectividad decorativa. Consiste en soldar a una superficie básica un conjunto de diminutos gránulos -de ahí su nombre- conformando motivos decorativos diversos; el proceso de fabricación de los gránulos, y sobre todo el de su adhesión al soporte es algo que ha generado numerosas discusiones y que aún no está del todo resuelto. Este método entra en decadencia a lo largo de la cultura ibérica, cuando los gránulos microscópicos que constituían la base de la técnica ornamental fenicia y tartésica desaparecen para ceder su lugar a unidades mayores, que en vez de gránulos constituyen pequeños glóbulos perfectamente observables de forma individual, hasta llegar a desaparecer casi por completo en la segunda mitad del primer milenio a. C.

El nielado es, por último, un método de decoración que consiste en rellenar un espacio previamente rebajado en la superficie del objeto con una mezcla de plata, cobre, plomo y azufre; se trata de una técnica empleada para decorar recipientes y armas, ya desde época antigua. En época ibérica se emplea sobre todo para la ornamentación de espadas -las características falcatas-, cuencos y broches de cinturón.